A veces yo me pregunto porqué, en general, no se piensa en la literatura como arte... Lo digo, por ejemplo, porque cuando le preguntas a cualquiera cuáles son las artes es súper probable que responda: la pintura, la música, la danza, la escultura, el teatro (¡antes el teatro que la literatura!)... Sólo cuando tú le preguntes ¿y la literatura? Te dirá: "¡Claro, la literatura también es un arte!" (o algo por el estilo).
Eso es lo que me parece extraño: que en la concepción del inconsciente colectivo la literatura no emerja inmediatamente como una de las artes.
¿Será porque el material con que se moldea este arte es compartido por tantos otros? ¿Tendrá que ver con que hay tantos escritores mediocres? (en la pintura, por ejemplo, también los hay y la pintura sigue siendo considerada colectivamente como "arte") ¿Tiene que ver con que, potencialmente, cualquiera puede escribir?
Claramente, la literatura pudiera ser la más democrática de las artes (en el sentido en que, virtualmente, todos los alfabetizados podrían dedicarse a ella) y creo que precisamente bajo la exclusión "inconsciente" de la literatura como una de las artes subyace una concepción ¿elitista? ¿conservadora? ¿clasista? de las artes, entiéndase: considerar el arte como algo que no puede ser "hecho" por cualquiera. Un campo al que sólo pueden acceder los "talentosos", los "iluminados", los "elegidos".
martes, 22 de noviembre de 2011
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Cruzó la calle mirándole a los ojos. Él parece que se sintió intimidado porque apuró el paso.
Ya en la misma acera lo seguía con discreción, como haciendo ver que estaba preocupado de sus cosas. El otro, de tanto en tanto, se volteaba secretamente para corroborar que su perseguidor seguía ahí. A ratos sus pasos parecían encontrar el mismo ritmo, caminaban así unos metros, después uno de los dos perdía el compás.
No podría asegurar que fueran dos desconocidos, tampoco que estuvieran tramando algo juntos. Seguían en un andar tenso que enrarecía el ambiente.
Llegando al fin de la cuadra, repentinamente decidió acercarse hasta reducir al máximo de lo conveniente la distancia que los separaba. No sabría decir si le dijo o no algo al oído cuando lo rebasó. Lo que sí sé es que cruzó la calle, se detuvo en la esquina una fracción de segundo, se volteó y caminó con paso desenfadado mientras el otro, en la acera contraria, lo mira alejarse en la oscuridad de la noche.
Ya en la misma acera lo seguía con discreción, como haciendo ver que estaba preocupado de sus cosas. El otro, de tanto en tanto, se volteaba secretamente para corroborar que su perseguidor seguía ahí. A ratos sus pasos parecían encontrar el mismo ritmo, caminaban así unos metros, después uno de los dos perdía el compás.
No podría asegurar que fueran dos desconocidos, tampoco que estuvieran tramando algo juntos. Seguían en un andar tenso que enrarecía el ambiente.
Llegando al fin de la cuadra, repentinamente decidió acercarse hasta reducir al máximo de lo conveniente la distancia que los separaba. No sabría decir si le dijo o no algo al oído cuando lo rebasó. Lo que sí sé es que cruzó la calle, se detuvo en la esquina una fracción de segundo, se volteó y caminó con paso desenfadado mientras el otro, en la acera contraria, lo mira alejarse en la oscuridad de la noche.
sábado, 5 de noviembre de 2011
Viajar en micro un sábado por la mañana
La gente es poco gente estos días y eso es un problema social mayúsculo... Veamos, que a todos nos cagan por todos lados, pero no por eso tenemos que andar con cara de culo por la vida. Por ejemplo hoy, que es sábado, a mí me toca despertarme a las 7:45 para estar a las 10:00 en la otra punta de la ciudad en una biblioteca a la que, probablemente, nadie asistirá. De veras que preferiría quedarme en la cama leyendo algo entrete o estar vegetando simplemente, pero no puedo porque me tengo que levantar para ir al trabajo un sábado.
Si eso es un hecho, si tendré que hacerlo mientras este trabajo dure, no puedo mas que tratar (en la medida de lo posible) de tomármelo con humor... que vamos... tampoco se trata de que me suba a la micro con la risa a flor de labios... pero al menos, hoy le sonreí a la señora que conmigo casi se cae cuando la micro hizo un viraje brusco.
Cuando digo que la gente es poco gente por estos días, me refiero a que ves a pendejos tranquilamente sentados en la micro cuando, parada a su lado, está una señora mayor con bolsas; me refiero a los señores que en la micro se entretienen empujándote o sobando contra tus hombros (cuando vas sentada, claro) sus partes más íntimas. Me refiero a que cuando alguien entra en la biblioteca me mira pero no me saluda y se sorprende cuando yo lo hago (como si fuera una agresión terrible). Me refiero a la sorpresa que se dibuja en el rostro de la señora del aseo cuando le pregunto cómo ha estado y la escucho más de lo que marca la convención social.
De todas maneras, aunque la gente sea menos gente que hasta hace algún tiempo, aún se pueden entrever los resabios de aquellos tiempos. Cosas como un zangoloteo brusco de la micro, un jefe malhumorado, una señora mayor a la que no le dan el asiento, son cosas que al parecer conectan miradas, dejan escapar esbozos de sonrisas, forman un segundo de complicidad entre personas que no se conocen y no lo harán nunca. Descuidos como esos son los que aún me llevan a creer en que por muy agarrados de los cojones que nos tengan, siempre tendremos una parcela de poder sobre la que somos completamente soberanos.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Ir al estadio
El martes 13 de septiembre cogí el metro en dirección "seguir a la gente con la camiseta de FCB"... así lo hice y hasta ahí todo era como siempre: el tráfico vehicular cortado; pacos en la calle dirigiendo el tránsito; hinchas en peregrinación desde todas las direcciones posibles; gente vendiendo souvenirs futboleros y la emoción de ir a ver en el campo al equipo de tus amores.
Con miedo (quizás pudor sea la palabra más exacta) acerqué las credenciales que muy amablemente me habían prestado; las acerqué al lector con la vista fija en el guardia que vigilaba que todo estuviera en orden y con paso firme me dirigí hacia las gradas.
Debo confesar que el Camp Nou es re distinto a cualquier otro estadio en el que yo haya estado antes: es más grande que cualquier otro, mucho más imponente, te hace sentir vulnerabilidad y la emoción ante la promesa de un tremendo partido.
Mientras subía las escaleras sentía esa emoción que imagino han de sentir las novias cuando caminan hacia el altar: un nerviosismo tremendo y una alegría inmensa que se mezclan haciéndole creer a una que no será capaz de soportar la magnitud de aquello a lo que estás a punto de enfrentarse; ese preguntarse ¿merezco yo ser partícipe de esta experiencia? ¿estaré a la altura de esta situación? (nota mental: preguntas para hacerme mientras camine hacia un altar teniendo la intención de dar un sí o un no... ¡quién sabe!).
El asunto es que encontré mi asiento y saludé a los familiares de quien me había dejado la entrada para ese partido. Para mi sorpresa las gradas se llenaban de familias... de abuelitos con sus nietos, parejas de todas las edades, razas, sexo, religiones... y también había muchas mujeres que, como yo, habían ido solas a ver lo que prometía ser un "partidazo"(porque mal que mal se trataba del primer partido de la "Champs" en el Camp Nou).
Quienes hayan ido al estadio aquí en Chile sabrán tan bien como yo que cuando uno logra sentarse (si es que lo consigue) se levanta de inmediato... aquí vemos los partidos de pie, pues o nos paramos para reclamar la falta de criterio del árbitro (remarcar la cercanía entre "árbitro","arbitrio" y "arbitrario") o nos alzamos en los aires tras un paradón que creíamos un gol inminente, una posición adelantada inexistente, un penal no cobrado o un gol de antología (esto solía pasarnos hace algún tiempo a nosotros los colocolinos). Sea como sea no nos sentamos más que en el entretiempo y ahí porque hay que: comerse el sangurucho que logramos filtrar (la comida es cara adentro), fumarse lo que queda del cigarro que no tocamos en el 1° tiempo (estuvimos gritando 25 de los 45 minutos) y comentar con los partners los momentos más álgidos del partido, ya sea las situaciones de gol, los penales no (o mal) cobrados, las tarjetas dudosas, las entradas muy fuertes dentro del área, las manos "casuales", etc.
Si nosotros aquí no nos sentamos, en el Camp Nou fue lo primero que hice. Me senté cruzada de piernas como toda una dama y me dispuse, tranquilamente, a esperar que comenzara el partido.
La gente se movía tranquilamente de un lado para el otro, buscaban sus locaciones, conversaban con los de las filas de más a bajo o más arriba, se preguntaban por la vida, por cómo iba todo... era como una reunión familiar, pero con esos parientes lejanos que uno no ve más que en los funerales. Y de hecho las conversaciones se hacían con un nivel tan prudente de decibeles que recordaba al máximo que se permite en un funeral (para los que no estén familiarizados el máximo ronda entre el susurro y el pelambre de fiesta). No como aquí que uno, si llegara a encontrarse con alguien conocido (como si eso pudiera pasar) tiene que hablar "a grito pela'o", porque los cabros están todo el rato cantando algún himno o alguna rima graciosa que le menta la madre a la hinchada contraria. Además, a nosotros no nos interesa ir a hacer vida social al estadio. Para nosotros se trata de otra cosa... de ir a gritar nuestras frustraciones: las peleas con la eñora; el jefe que no lo deja de webiar a uno; los micreros que no te paran; la bencina que volvió a subir y un largo etcétera que se le acumula a uno a lo largo de los días, las semanas, los meses y que sólo se puede purgar gritando como si te llevara el diablo, como si la catarsis ficticia y momentánea nos liberara verdaderamente, como si ese gol anulado fuera un problema real...
No, allá tampoco se grita... o al menos no se hizo en el partido al que yo asistí. Me senté. No grité. Nadie se enojó realmente cuando, en el segundo 34, el Milan marcó el primer gol. Nadie tampoco bajó corriendo por las gradas cuando se empató. Nadie mantuvo el grito de gol por más de tres segundos.Pude escuchar las indicaciones que Guardiola le daba a Messi y cómo el otro respondía en un catalán bien porteño.
Quizás me demoré muchas líneas en decir lo que quiero... y eso que quiero decir es que ver ESTE partido, en ESE estadio, jugándose en AQUEL césped (con esa apariencia "algodonesca" que les atribuimos a las nubes cuando somos niños) y con SEMEJANTES jugadores no me provocó más que añoranzas...
Extrañé nuestro fútbol interrumpido, pinchanguero. Quise ver a nuetsros futbolistas profesionales que no lo son tanto... que corren con más huevos que con estado físico... quise ver a un Calule Meléndez quitándole con la cabeza la pelota a los pies del rival... ansiaba ver ese fútbol que se apasiona... ese que no entiende del "fair play" porque la cosa es mucho más que un trabajo... A ver... que sí... que ver a Messi, Iniesta y Villa (por nombrar algunos) es un lujo estético y táctico... que ese fútbol rápido y fluido es como "El Lago de los cisnes"... y sí, es como un ballet... porque si bien te emocionas mientras estás en el teatro, cuando sales sigues siendo el mismo insensible de siempre. Y es a eso, precisamente, a lo que apunto... puede que nuestro fútbol no sea como ese nunca, puede que nuestros estadios no conmuevan como los de allá, puede que nuestros jugadores no sean tan profesionales como los vuestros... Pero, al menos, para nosotros el fútbol es una cuestión pasional... algo que nos permite sobrellevar la miseria cotidiana... una pequeña alegría cuando tenemos el agua hasta el cuello... el fútbol es para nosotros ese algo que nos permite conectarnos con nuestras emociones más primigenias... un gol bien hecho nos provoca un grito sincero, un abrazo fraterno con alguien que ni siquiera conocemos, una sensación de pertenencia en una comunidad de hermanos.
Con miedo (quizás pudor sea la palabra más exacta) acerqué las credenciales que muy amablemente me habían prestado; las acerqué al lector con la vista fija en el guardia que vigilaba que todo estuviera en orden y con paso firme me dirigí hacia las gradas.
Debo confesar que el Camp Nou es re distinto a cualquier otro estadio en el que yo haya estado antes: es más grande que cualquier otro, mucho más imponente, te hace sentir vulnerabilidad y la emoción ante la promesa de un tremendo partido.
Mientras subía las escaleras sentía esa emoción que imagino han de sentir las novias cuando caminan hacia el altar: un nerviosismo tremendo y una alegría inmensa que se mezclan haciéndole creer a una que no será capaz de soportar la magnitud de aquello a lo que estás a punto de enfrentarse; ese preguntarse ¿merezco yo ser partícipe de esta experiencia? ¿estaré a la altura de esta situación? (nota mental: preguntas para hacerme mientras camine hacia un altar teniendo la intención de dar un sí o un no... ¡quién sabe!).
El asunto es que encontré mi asiento y saludé a los familiares de quien me había dejado la entrada para ese partido. Para mi sorpresa las gradas se llenaban de familias... de abuelitos con sus nietos, parejas de todas las edades, razas, sexo, religiones... y también había muchas mujeres que, como yo, habían ido solas a ver lo que prometía ser un "partidazo"(porque mal que mal se trataba del primer partido de la "Champs" en el Camp Nou).
Quienes hayan ido al estadio aquí en Chile sabrán tan bien como yo que cuando uno logra sentarse (si es que lo consigue) se levanta de inmediato... aquí vemos los partidos de pie, pues o nos paramos para reclamar la falta de criterio del árbitro (remarcar la cercanía entre "árbitro","arbitrio" y "arbitrario") o nos alzamos en los aires tras un paradón que creíamos un gol inminente, una posición adelantada inexistente, un penal no cobrado o un gol de antología (esto solía pasarnos hace algún tiempo a nosotros los colocolinos). Sea como sea no nos sentamos más que en el entretiempo y ahí porque hay que: comerse el sangurucho que logramos filtrar (la comida es cara adentro), fumarse lo que queda del cigarro que no tocamos en el 1° tiempo (estuvimos gritando 25 de los 45 minutos) y comentar con los partners los momentos más álgidos del partido, ya sea las situaciones de gol, los penales no (o mal) cobrados, las tarjetas dudosas, las entradas muy fuertes dentro del área, las manos "casuales", etc.
Si nosotros aquí no nos sentamos, en el Camp Nou fue lo primero que hice. Me senté cruzada de piernas como toda una dama y me dispuse, tranquilamente, a esperar que comenzara el partido.
La gente se movía tranquilamente de un lado para el otro, buscaban sus locaciones, conversaban con los de las filas de más a bajo o más arriba, se preguntaban por la vida, por cómo iba todo... era como una reunión familiar, pero con esos parientes lejanos que uno no ve más que en los funerales. Y de hecho las conversaciones se hacían con un nivel tan prudente de decibeles que recordaba al máximo que se permite en un funeral (para los que no estén familiarizados el máximo ronda entre el susurro y el pelambre de fiesta). No como aquí que uno, si llegara a encontrarse con alguien conocido (como si eso pudiera pasar) tiene que hablar "a grito pela'o", porque los cabros están todo el rato cantando algún himno o alguna rima graciosa que le menta la madre a la hinchada contraria. Además, a nosotros no nos interesa ir a hacer vida social al estadio. Para nosotros se trata de otra cosa... de ir a gritar nuestras frustraciones: las peleas con la eñora; el jefe que no lo deja de webiar a uno; los micreros que no te paran; la bencina que volvió a subir y un largo etcétera que se le acumula a uno a lo largo de los días, las semanas, los meses y que sólo se puede purgar gritando como si te llevara el diablo, como si la catarsis ficticia y momentánea nos liberara verdaderamente, como si ese gol anulado fuera un problema real...
No, allá tampoco se grita... o al menos no se hizo en el partido al que yo asistí. Me senté. No grité. Nadie se enojó realmente cuando, en el segundo 34, el Milan marcó el primer gol. Nadie tampoco bajó corriendo por las gradas cuando se empató. Nadie mantuvo el grito de gol por más de tres segundos.Pude escuchar las indicaciones que Guardiola le daba a Messi y cómo el otro respondía en un catalán bien porteño.
Quizás me demoré muchas líneas en decir lo que quiero... y eso que quiero decir es que ver ESTE partido, en ESE estadio, jugándose en AQUEL césped (con esa apariencia "algodonesca" que les atribuimos a las nubes cuando somos niños) y con SEMEJANTES jugadores no me provocó más que añoranzas...
Extrañé nuestro fútbol interrumpido, pinchanguero. Quise ver a nuetsros futbolistas profesionales que no lo son tanto... que corren con más huevos que con estado físico... quise ver a un Calule Meléndez quitándole con la cabeza la pelota a los pies del rival... ansiaba ver ese fútbol que se apasiona... ese que no entiende del "fair play" porque la cosa es mucho más que un trabajo... A ver... que sí... que ver a Messi, Iniesta y Villa (por nombrar algunos) es un lujo estético y táctico... que ese fútbol rápido y fluido es como "El Lago de los cisnes"... y sí, es como un ballet... porque si bien te emocionas mientras estás en el teatro, cuando sales sigues siendo el mismo insensible de siempre. Y es a eso, precisamente, a lo que apunto... puede que nuestro fútbol no sea como ese nunca, puede que nuestros estadios no conmuevan como los de allá, puede que nuestros jugadores no sean tan profesionales como los vuestros... Pero, al menos, para nosotros el fútbol es una cuestión pasional... algo que nos permite sobrellevar la miseria cotidiana... una pequeña alegría cuando tenemos el agua hasta el cuello... el fútbol es para nosotros ese algo que nos permite conectarnos con nuestras emociones más primigenias... un gol bien hecho nos provoca un grito sincero, un abrazo fraterno con alguien que ni siquiera conocemos, una sensación de pertenencia en una comunidad de hermanos.
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