El martes 13 de septiembre cogí el metro en dirección "seguir a la gente con la camiseta de FCB"... así lo hice y hasta ahí todo era como siempre: el tráfico vehicular cortado; pacos en la calle dirigiendo el tránsito; hinchas en peregrinación desde todas las direcciones posibles; gente vendiendo souvenirs futboleros y la emoción de ir a ver en el campo al equipo de tus amores.
Con miedo (quizás pudor sea la palabra más exacta) acerqué las credenciales que muy amablemente me habían prestado; las acerqué al lector con la vista fija en el guardia que vigilaba que todo estuviera en orden y con paso firme me dirigí hacia las gradas.
Debo confesar que el Camp Nou es re distinto a cualquier otro estadio en el que yo haya estado antes: es más grande que cualquier otro, mucho más imponente, te hace sentir vulnerabilidad y la emoción ante la promesa de un tremendo partido.
Mientras subía las escaleras sentía esa emoción que imagino han de sentir las novias cuando caminan hacia el altar: un nerviosismo tremendo y una alegría inmensa que se mezclan haciéndole creer a una que no será capaz de soportar la magnitud de aquello a lo que estás a punto de enfrentarse; ese preguntarse ¿merezco yo ser partícipe de esta experiencia? ¿estaré a la altura de esta situación? (nota mental: preguntas para hacerme mientras camine hacia un altar teniendo la intención de dar un sí o un no... ¡quién sabe!).
El asunto es que encontré mi asiento y saludé a los familiares de quien me había dejado la entrada para ese partido. Para mi sorpresa las gradas se llenaban de familias... de abuelitos con sus nietos, parejas de todas las edades, razas, sexo, religiones... y también había muchas mujeres que, como yo, habían ido solas a ver lo que prometía ser un "partidazo"(porque mal que mal se trataba del primer partido de la "Champs" en el Camp Nou).
Quienes hayan ido al estadio aquí en Chile sabrán tan bien como yo que cuando uno logra sentarse (si es que lo consigue) se levanta de inmediato... aquí vemos los partidos de pie, pues o nos paramos para reclamar la falta de criterio del árbitro (remarcar la cercanía entre "árbitro","arbitrio" y "arbitrario") o nos alzamos en los aires tras un paradón que creíamos un gol inminente, una posición adelantada inexistente, un penal no cobrado o un gol de antología (esto solía pasarnos hace algún tiempo a nosotros los colocolinos). Sea como sea no nos sentamos más que en el entretiempo y ahí porque hay que: comerse el sangurucho que logramos filtrar (la comida es cara adentro), fumarse lo que queda del cigarro que no tocamos en el 1° tiempo (estuvimos gritando 25 de los 45 minutos) y comentar con los partners los momentos más álgidos del partido, ya sea las situaciones de gol, los penales no (o mal) cobrados, las tarjetas dudosas, las entradas muy fuertes dentro del área, las manos "casuales", etc.
Si nosotros aquí no nos sentamos, en el Camp Nou fue lo primero que hice. Me senté cruzada de piernas como toda una dama y me dispuse, tranquilamente, a esperar que comenzara el partido.
La gente se movía tranquilamente de un lado para el otro, buscaban sus locaciones, conversaban con los de las filas de más a bajo o más arriba, se preguntaban por la vida, por cómo iba todo... era como una reunión familiar, pero con esos parientes lejanos que uno no ve más que en los funerales. Y de hecho las conversaciones se hacían con un nivel tan prudente de decibeles que recordaba al máximo que se permite en un funeral (para los que no estén familiarizados el máximo ronda entre el susurro y el pelambre de fiesta). No como aquí que uno, si llegara a encontrarse con alguien conocido (como si eso pudiera pasar) tiene que hablar "a grito pela'o", porque los cabros están todo el rato cantando algún himno o alguna rima graciosa que le menta la madre a la hinchada contraria. Además, a nosotros no nos interesa ir a hacer vida social al estadio. Para nosotros se trata de otra cosa... de ir a gritar nuestras frustraciones: las peleas con la eñora; el jefe que no lo deja de webiar a uno; los micreros que no te paran; la bencina que volvió a subir y un largo etcétera que se le acumula a uno a lo largo de los días, las semanas, los meses y que sólo se puede purgar gritando como si te llevara el diablo, como si la catarsis ficticia y momentánea nos liberara verdaderamente, como si ese gol anulado fuera un problema real...
No, allá tampoco se grita... o al menos no se hizo en el partido al que yo asistí. Me senté. No grité. Nadie se enojó realmente cuando, en el segundo 34, el Milan marcó el primer gol. Nadie tampoco bajó corriendo por las gradas cuando se empató. Nadie mantuvo el grito de gol por más de tres segundos.Pude escuchar las indicaciones que Guardiola le daba a Messi y cómo el otro respondía en un catalán bien porteño.
Quizás me demoré muchas líneas en decir lo que quiero... y eso que quiero decir es que ver ESTE partido, en ESE estadio, jugándose en AQUEL césped (con esa apariencia "algodonesca" que les atribuimos a las nubes cuando somos niños) y con SEMEJANTES jugadores no me provocó más que añoranzas...
Extrañé nuestro fútbol interrumpido, pinchanguero. Quise ver a nuetsros futbolistas profesionales que no lo son tanto... que corren con más huevos que con estado físico... quise ver a un Calule Meléndez quitándole con la cabeza la pelota a los pies del rival... ansiaba ver ese fútbol que se apasiona... ese que no entiende del "fair play" porque la cosa es mucho más que un trabajo... A ver... que sí... que ver a Messi, Iniesta y Villa (por nombrar algunos) es un lujo estético y táctico... que ese fútbol rápido y fluido es como "El Lago de los cisnes"... y sí, es como un ballet... porque si bien te emocionas mientras estás en el teatro, cuando sales sigues siendo el mismo insensible de siempre. Y es a eso, precisamente, a lo que apunto... puede que nuestro fútbol no sea como ese nunca, puede que nuestros estadios no conmuevan como los de allá, puede que nuestros jugadores no sean tan profesionales como los vuestros... Pero, al menos, para nosotros el fútbol es una cuestión pasional... algo que nos permite sobrellevar la miseria cotidiana... una pequeña alegría cuando tenemos el agua hasta el cuello... el fútbol es para nosotros ese algo que nos permite conectarnos con nuestras emociones más primigenias... un gol bien hecho nos provoca un grito sincero, un abrazo fraterno con alguien que ni siquiera conocemos, una sensación de pertenencia en una comunidad de hermanos.
Siempre me han parecido un poco absurdos esos sentimientos que surgen del patriotismo o de la hinchada. No hay nada que haga al equipo algo continuo, ni nada que haga al equipo TU equipo. Uno lo hereda o lo roba de los amigos como los partidos políticos, y a diferencia de esos no se cambian, porque no hay razones y el equipo es un color de camiseta.
ResponderEliminarY claro, la catarsis sirve, pero en este sistema el futbol es el proberbial circo (o uno de ellos) en los que la gente se entretiene, se distrae y gasta su energía.
Quizas es la raja lo que se siente, pero me parece que finalmente no es algo positivo en la población.