Si eso es un hecho, si tendré que hacerlo mientras este trabajo dure, no puedo mas que tratar (en la medida de lo posible) de tomármelo con humor... que vamos... tampoco se trata de que me suba a la micro con la risa a flor de labios... pero al menos, hoy le sonreí a la señora que conmigo casi se cae cuando la micro hizo un viraje brusco.
Cuando digo que la gente es poco gente por estos días, me refiero a que ves a pendejos tranquilamente sentados en la micro cuando, parada a su lado, está una señora mayor con bolsas; me refiero a los señores que en la micro se entretienen empujándote o sobando contra tus hombros (cuando vas sentada, claro) sus partes más íntimas. Me refiero a que cuando alguien entra en la biblioteca me mira pero no me saluda y se sorprende cuando yo lo hago (como si fuera una agresión terrible). Me refiero a la sorpresa que se dibuja en el rostro de la señora del aseo cuando le pregunto cómo ha estado y la escucho más de lo que marca la convención social.
De todas maneras, aunque la gente sea menos gente que hasta hace algún tiempo, aún se pueden entrever los resabios de aquellos tiempos. Cosas como un zangoloteo brusco de la micro, un jefe malhumorado, una señora mayor a la que no le dan el asiento, son cosas que al parecer conectan miradas, dejan escapar esbozos de sonrisas, forman un segundo de complicidad entre personas que no se conocen y no lo harán nunca. Descuidos como esos son los que aún me llevan a creer en que por muy agarrados de los cojones que nos tengan, siempre tendremos una parcela de poder sobre la que somos completamente soberanos.
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